Las ramas caídas de los neoconservadores
Alejandro Lorenzo
Hace cuatro años visitaba con dos amigos, ahora perdidos, un museo de arte en la ciudad de Los Angeles. El jardín de dicho centro estaba ambientado por cuatros imponentes esculturas de Rodin. Propuse a otra persona que nos acompañaba que nos tomara a los tres una foto junto a aquellas esculturas, y estos amigos, ambos cultos, conocedores de la historia, intelectuales destacados, se negaron a posar alegando que se trataba de un escultor francés. Cuando les pregunté cuál era el encono contra este famoso artista, me dijeron que Rodin y las papas a la francesa eran símbolos de un país que había traicionado a Estados Unidos por no secundarlo en la guerra contra Irak. Fue la primera ocasión en mi vida que me encontré frente a frente con dos convencidos neoconservadores.Si retomamos los orígenes, en los primeros nueve meses del mandato de George W. Bush la mayoría de los expertos en política norteamericana apostaban a que éste continuaría los pasos de su padre. Ni los propios neoconservadores estaban muy seguros que sus puntos de vista, principalmente con referencia a la política exterior, prevalecerían dentro del reciente inaugurado gobierno. Se esperaba un republicanismo a la vieja usanza: moderado, de contención, más que de expansión. En cuanto a su política domestica, en el orden económico, la tarea era rescatar el supuesto esplendor de la era de Regan, y seguir fortaleciendo una política económica y presupuestal que beneficiaría al libre mercado, a Wall Steet y a cuanto postulado neoliberal capitalista estuviera disponible llevar a la práctica. Pero todo esto dio un giro de 180 grados cuando sucedió el fatídico 11 de septiembre. Los neoconservadores empezaron a tomar decisiones en la administración de Bush, en un momento crucial en que el país se encontraba en estado de emergencia, y que era necesario dar una respuesta contundente que la mayoría justificaba, frente al movimiento terrorista de Osama Bin Laden y otros Bin Laden dispersos por el mundo. Y en eso de propinar golpe por golpe, los neoconservadores eran los más indicados.Del arribo de los neoconservadores al poder han pasado justamente 8 años y por los sondeos de estos últimos 6 meses, la popularidad de la administración de Bush ha descendido a niveles sin precedentes. Hasta algunas figuras de la nave republicana lo han ido abandonando en medio de una tormenta que hoy, más que tormenta parece un tsunami de amplia repercusión global, si agregamos el estallido de la crisis financiera del actual septiembre del 2008.La memoria de cierta gente automáticamente se borra cuando se empieza a olfatear el mal olor que despide un perdedor.Salvo Roosevelt en plena Segunda Gurra Mundial, en mi opinión ningún otro presidente norteamericano tuvo tanto respaldo como George W. Bush y cuanto ha tenido que enfrentar estos primeros años del inquietante siglo 21. Seria necesario traer al presente que quienes aprobaron la entrega de billones o trillones para gastar y ganar, primero la guerra de Afganistán y luego la de Irak, no fue una minoría exigua de fanáticos evangelistas con presunciones de cruzados, sino ambas cámaras del congreso de ambos partidos y amplios sectores de la sociedad norteamericana, afiliados también a ambos partidos.Ahora se pretende borrar el respaldo casi unánime de un sistema unificado de seguridad interna con sus molestos y necesarios controles. Y que hasta ahora ha dado resultado.Fue real el júbilo por parte del pueblo americano por lo rápido que las tropas entraron en Kabul y replegaron a los talibanes y a sus secuaces de Al Queda a las inescrutables montañas fronterizas del caótico Pakistán. También hubo júbilo cuando las tropas entraron triunfales en Bagdad, y luego, por fin, otro aplauso mancomunado, al capturar a Saddam Hussein y poco a poco a buena parte de su camarilla.En esos tiempos, todavía el presidente Bush seguía manteniendo un alto puntaje de popularidad y sus colaboradores neoconservadores gozaban de muy buena salud política y de influencias.Sin embargo, sin gran resistencia por parte de la oposición demócrata y de los republicanos moderados, este triunfalismo y voluntarismo reinante entre las filas de los neoconservadores en la Casa Blanca, condujo a la debacle de la ahora saliente administración republicana.Uno de los puntos claves de la crítica del inminente descalabro fue si Estados Unidos debió invadir a Irak sin una justificación de peso para hacerlo. Al parecer, el ilustrado senador Obama, actual candidato a la presidencia, y un grupito de políticos a la izquierda de la derecha, se opusieron a esta guerra por razones más pragmáticas que conceptúales. Pero es de una ingenuidad garrafal pretender que el presidente Bush y su gente renunciara a su ideario. Parece descarnado, pero con armas o sin armas de destrucción masiva, los días del dictador y su partido Bass estaban contados.Se acusa a Bush de manipular a la nación americana para justificar esa intervención militar en Irak, pero quienes se sienten engañados, ignoran que buena parte de las decisiones para emprender una guerra están enmarcadas en las manipulaciones y hasta en la grosera estafa. Incluso, a través de la historia, muchas guerras devastadoras, sangrientas, han empezado por razones tan triviales como el despecho pasional de un líder enamorado.Es como si a Napoleón Bonaparte uno de sus militares de campaña le hubiera cuestionado por qué habría de ocupar a España para imponer la modernidad y los valores heredados de la revolución francesa. En todo caso, los neoconservadores y su presidente, lo único extravagante que hicieron fue tomar el lema bolchevique de que el fin justifica los medios.Implantar en los países árabes un modelo democrático a la imagen y semejanza del norteamericano, se encontraba en casi toda la plataforma programática de los neoconservadores, por muy descabellado que ahora esto suene.Si el estancamiento bélico tanto en Irak como en Afganistán no fuera hasta hoy un hecho tangible, si Rambo hubiera resuelto los complejos y sangrientos conflictos étnicos, religiosos y políticos internos generados tras la ocupación en esos dos países, posiblemente en estos días las tropas y sus aliados, ya estuvieran a las puertas de Damasco; o hubieran traspasados las fronteras de Irán, cuyo gobierno desafiante, sí anda jugando con el macabro uranio enriquecido. La convicción, el ideal, incluso el sueño sustentado por Paul Wolfowitz, Douglas Feith, Robert Kagan, Donald Rumsfeld, Allan Bloom, Henry Jaffa y Harvey Mansfield, algunos alumnos de Leo Strauss, el filósofo y político alemán padre del neoconservadurismo, se hubiera hecho realidad, aunque esto quizás conllevara a una apocalíptica y verdadera tercera guerra mundial.Vale agregar que la mayoría de estos personajes mencionados han desaparecido de la escena política, entre renuncias, despidos forzosos y deserciones. Al parecer, ya nadie quiere ahora retratarse con ellos.
Alejandro Lorenzo
Hace cuatro años visitaba con dos amigos, ahora perdidos, un museo de arte en la ciudad de Los Angeles. El jardín de dicho centro estaba ambientado por cuatros imponentes esculturas de Rodin. Propuse a otra persona que nos acompañaba que nos tomara a los tres una foto junto a aquellas esculturas, y estos amigos, ambos cultos, conocedores de la historia, intelectuales destacados, se negaron a posar alegando que se trataba de un escultor francés. Cuando les pregunté cuál era el encono contra este famoso artista, me dijeron que Rodin y las papas a la francesa eran símbolos de un país que había traicionado a Estados Unidos por no secundarlo en la guerra contra Irak. Fue la primera ocasión en mi vida que me encontré frente a frente con dos convencidos neoconservadores.Si retomamos los orígenes, en los primeros nueve meses del mandato de George W. Bush la mayoría de los expertos en política norteamericana apostaban a que éste continuaría los pasos de su padre. Ni los propios neoconservadores estaban muy seguros que sus puntos de vista, principalmente con referencia a la política exterior, prevalecerían dentro del reciente inaugurado gobierno. Se esperaba un republicanismo a la vieja usanza: moderado, de contención, más que de expansión. En cuanto a su política domestica, en el orden económico, la tarea era rescatar el supuesto esplendor de la era de Regan, y seguir fortaleciendo una política económica y presupuestal que beneficiaría al libre mercado, a Wall Steet y a cuanto postulado neoliberal capitalista estuviera disponible llevar a la práctica. Pero todo esto dio un giro de 180 grados cuando sucedió el fatídico 11 de septiembre. Los neoconservadores empezaron a tomar decisiones en la administración de Bush, en un momento crucial en que el país se encontraba en estado de emergencia, y que era necesario dar una respuesta contundente que la mayoría justificaba, frente al movimiento terrorista de Osama Bin Laden y otros Bin Laden dispersos por el mundo. Y en eso de propinar golpe por golpe, los neoconservadores eran los más indicados.Del arribo de los neoconservadores al poder han pasado justamente 8 años y por los sondeos de estos últimos 6 meses, la popularidad de la administración de Bush ha descendido a niveles sin precedentes. Hasta algunas figuras de la nave republicana lo han ido abandonando en medio de una tormenta que hoy, más que tormenta parece un tsunami de amplia repercusión global, si agregamos el estallido de la crisis financiera del actual septiembre del 2008.La memoria de cierta gente automáticamente se borra cuando se empieza a olfatear el mal olor que despide un perdedor.Salvo Roosevelt en plena Segunda Gurra Mundial, en mi opinión ningún otro presidente norteamericano tuvo tanto respaldo como George W. Bush y cuanto ha tenido que enfrentar estos primeros años del inquietante siglo 21. Seria necesario traer al presente que quienes aprobaron la entrega de billones o trillones para gastar y ganar, primero la guerra de Afganistán y luego la de Irak, no fue una minoría exigua de fanáticos evangelistas con presunciones de cruzados, sino ambas cámaras del congreso de ambos partidos y amplios sectores de la sociedad norteamericana, afiliados también a ambos partidos.Ahora se pretende borrar el respaldo casi unánime de un sistema unificado de seguridad interna con sus molestos y necesarios controles. Y que hasta ahora ha dado resultado.Fue real el júbilo por parte del pueblo americano por lo rápido que las tropas entraron en Kabul y replegaron a los talibanes y a sus secuaces de Al Queda a las inescrutables montañas fronterizas del caótico Pakistán. También hubo júbilo cuando las tropas entraron triunfales en Bagdad, y luego, por fin, otro aplauso mancomunado, al capturar a Saddam Hussein y poco a poco a buena parte de su camarilla.En esos tiempos, todavía el presidente Bush seguía manteniendo un alto puntaje de popularidad y sus colaboradores neoconservadores gozaban de muy buena salud política y de influencias.Sin embargo, sin gran resistencia por parte de la oposición demócrata y de los republicanos moderados, este triunfalismo y voluntarismo reinante entre las filas de los neoconservadores en la Casa Blanca, condujo a la debacle de la ahora saliente administración republicana.Uno de los puntos claves de la crítica del inminente descalabro fue si Estados Unidos debió invadir a Irak sin una justificación de peso para hacerlo. Al parecer, el ilustrado senador Obama, actual candidato a la presidencia, y un grupito de políticos a la izquierda de la derecha, se opusieron a esta guerra por razones más pragmáticas que conceptúales. Pero es de una ingenuidad garrafal pretender que el presidente Bush y su gente renunciara a su ideario. Parece descarnado, pero con armas o sin armas de destrucción masiva, los días del dictador y su partido Bass estaban contados.Se acusa a Bush de manipular a la nación americana para justificar esa intervención militar en Irak, pero quienes se sienten engañados, ignoran que buena parte de las decisiones para emprender una guerra están enmarcadas en las manipulaciones y hasta en la grosera estafa. Incluso, a través de la historia, muchas guerras devastadoras, sangrientas, han empezado por razones tan triviales como el despecho pasional de un líder enamorado.Es como si a Napoleón Bonaparte uno de sus militares de campaña le hubiera cuestionado por qué habría de ocupar a España para imponer la modernidad y los valores heredados de la revolución francesa. En todo caso, los neoconservadores y su presidente, lo único extravagante que hicieron fue tomar el lema bolchevique de que el fin justifica los medios.Implantar en los países árabes un modelo democrático a la imagen y semejanza del norteamericano, se encontraba en casi toda la plataforma programática de los neoconservadores, por muy descabellado que ahora esto suene.Si el estancamiento bélico tanto en Irak como en Afganistán no fuera hasta hoy un hecho tangible, si Rambo hubiera resuelto los complejos y sangrientos conflictos étnicos, religiosos y políticos internos generados tras la ocupación en esos dos países, posiblemente en estos días las tropas y sus aliados, ya estuvieran a las puertas de Damasco; o hubieran traspasados las fronteras de Irán, cuyo gobierno desafiante, sí anda jugando con el macabro uranio enriquecido. La convicción, el ideal, incluso el sueño sustentado por Paul Wolfowitz, Douglas Feith, Robert Kagan, Donald Rumsfeld, Allan Bloom, Henry Jaffa y Harvey Mansfield, algunos alumnos de Leo Strauss, el filósofo y político alemán padre del neoconservadurismo, se hubiera hecho realidad, aunque esto quizás conllevara a una apocalíptica y verdadera tercera guerra mundial.Vale agregar que la mayoría de estos personajes mencionados han desaparecido de la escena política, entre renuncias, despidos forzosos y deserciones. Al parecer, ya nadie quiere ahora retratarse con ellos.
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