LA INOCENTE PAZ DE LOS JUANES
Publicado Miércoles 30 de septiembre 2008
el Nuevo Herald. elNuevo Herald.com
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by Alejandro Lorenzo
En diferentes ciudades del mundo he visto a bandadas de palomas bebiendo agua pudre de los charcos, palomas de una variedad de colores y tamaños sobre el empedrado de las plazas. Me espanta verme rodeado de esa masa de palomas absortas en su incansable picoteo, indiferentes a los peatones, al tránsito, en la búsqueda perpetua de cualquier cosa que se puedan tragar, constantemente subiendo y bajando sus cuellos como diminutos juguetes mecánicos.
Cuando me detengo a contemplar una estatua, una fuente, o cualquier otro monumento, irremediablemente ahí están ellas. Hubo un tiempo, en plena guerra fría, cuando los cohetes atómicos apuntaban hacia todas direcciones, una mayoría persistía en creer que esa ave encarnaba la paz.
Cuando por primera vez visité Nueva York, acudí entre otros museos y galerías al Metropolitano. Coincidentemente por esos días sus salas exhibían una retrospectiva de la obra de Pablo Picasso.
Fue allí cuando descubrí que en algunos dibujos, óleos y especialmente en una serie de litografías se hallaba la imagen de esa paloma blanca. Pensé que el artista, confeso militante comunista, contribuyó posiblemente sin proponérselo al mito establecido por teóricos y propagandistas de aquella ideología, de que esta ave, especialmente las de plumaje blanco, inexorablemente representaban la paz.
Juanes y su grupo me recuerdan a esas palomitas de Pablo Picasso y a una institución inepta que por mucho tiempo dirigió un viejo intelectual comunista cubano nombrado Juan Marinello. Me refiero a la sección cubana del Movimiento por la Paz.
Y todo este concierto por la paz en esa plaza bélica, me hace pensar también en otra de esas contradicciones colectivas producidas en la historia del comunismo.
Si revisamos los filmes y otros materiales gráficos que recogían los multitudinarios desfiles en conmemoración de tal o más cual efeméride, fuera en la Plaza Roja de Moscú o en cualquier otra de los países que permanecían bajo la influencia soviética, incluyendo las efectuadas por el partido comunista de Cuba, comprobaríamos el carácter del absurdo.
Poniendo en secuencia aquellos desfiles, en el primer movimiento, marchaba la tropa en perfecta formación retumbando con dureza sus botas sobre el empedrado de las grandes avenidas. Hurra, hurra, coreaban con sus potentes voces los cadetes, hurra hurra, le respondía unánime el pueblo, jactándose de que su Estado hubiera alcanzado tal poderío bélico. Luego de la comparecencia de las diferentes divisiones de infantería, cruzaban en perfecta formación, estruendosos como bestias de ultra mundos, los tanques, los vehículos anfibios, los relucientes cañones antiaéreos, los pesados camiones que en sus lomos dormían una variedad de misiles, algunos si eran despertados capaces de desmenuzar en un abrir y cerrar de ojos a todo el planeta.
Cuando a la multitud le tocaba el turno de desfilar, no sé cómo hacían los organizadores del evento para que el cielo se nublara de palomas. Era el momento en que la referida contradicción alcanzaba su plenitud. Hombres, mujeres y niños gritaban, exigiendo la paz. No sé si eran sinceros, pero por el claus aut que la cámara captaba en sus rostros, parecían serlo. Hombres, mujeres y niños que cuando pasaban frente a la tribuna donde se encontraban los máximos líderes del momento, elevaban todos al mismo tiempo sus pancartas donde figuraba escrita la palabra conciliadora o zarandeaban lo más que podían las recortadas palomitas de cartón, algunas, exactas reproducciones de las originales creadas por Picasso en sus obras.
Raro mundo aquel. Parecido al que protagonizó Juanes en La Habana. Primero glorificaban a la guerra y a sus múltiples cacharros de exterminio, y al instante, como si estuvieran arrepentidos, o súbitamente se hubieran vuelto locos o fuerzas siniestras los hubieran empujado a cambiar su anterior proceder, exaltaban de forma inconmensurable la paz.
Juanes y su colectivo de artistas extranjeros, a última hora, descubrieron melodramáticos, patéticos, que el escenario donde se encontraban es un laberinto de hostilidad totalitaria, que su concierto estaba controlado, que sus movimientos y sus vidas, en constante acecho, que sus intenciones y su mensaje pacifista para un concierto multitudinario había entrado desde el primer instante que se aprobó en las altas esferas, en fase de alerta máxima por las fuerzas de seguridad que mantienen el poder en Cuba.
La inocencia de Juanes y sus compañeros me recuerdan escenas del filme Mephisto, del húngaro István Szabó. Sería prudente sugerirle al músico colombiano que viera este filme y además, que antes de ir a un país con las mismas características que las de Cuba, verifique en qué hotel lo van a hospedar, para que no le haga fácil el trabajo a los agentes que irremediablemente lo estarán vigilando las 24 horas. La sede de la Sección 4 de la DSE que atiende a la cultura y a los intelectuales, si no la cambiaron, se encuentra exactamente frente al Hotel Nacional.
Escritor cubano.
En diferentes ciudades del mundo he visto a bandadas de palomas bebiendo agua pudre de los charcos, palomas de una variedad de colores y tamaños sobre el empedrado de las plazas. Me espanta verme rodeado de esa masa de palomas absortas en su incansable picoteo, indiferentes a los peatones, al tránsito, en la búsqueda perpetua de cualquier cosa que se puedan tragar, constantemente subiendo y bajando sus cuellos como diminutos juguetes mecánicos.
Cuando me detengo a contemplar una estatua, una fuente, o cualquier otro monumento, irremediablemente ahí están ellas. Hubo un tiempo, en plena guerra fría, cuando los cohetes atómicos apuntaban hacia todas direcciones, una mayoría persistía en creer que esa ave encarnaba la paz.
Cuando por primera vez visité Nueva York, acudí entre otros museos y galerías al Metropolitano. Coincidentemente por esos días sus salas exhibían una retrospectiva de la obra de Pablo Picasso.
Fue allí cuando descubrí que en algunos dibujos, óleos y especialmente en una serie de litografías se hallaba la imagen de esa paloma blanca. Pensé que el artista, confeso militante comunista, contribuyó posiblemente sin proponérselo al mito establecido por teóricos y propagandistas de aquella ideología, de que esta ave, especialmente las de plumaje blanco, inexorablemente representaban la paz.
Juanes y su grupo me recuerdan a esas palomitas de Pablo Picasso y a una institución inepta que por mucho tiempo dirigió un viejo intelectual comunista cubano nombrado Juan Marinello. Me refiero a la sección cubana del Movimiento por la Paz.
Y todo este concierto por la paz en esa plaza bélica, me hace pensar también en otra de esas contradicciones colectivas producidas en la historia del comunismo.
Si revisamos los filmes y otros materiales gráficos que recogían los multitudinarios desfiles en conmemoración de tal o más cual efeméride, fuera en la Plaza Roja de Moscú o en cualquier otra de los países que permanecían bajo la influencia soviética, incluyendo las efectuadas por el partido comunista de Cuba, comprobaríamos el carácter del absurdo.
Poniendo en secuencia aquellos desfiles, en el primer movimiento, marchaba la tropa en perfecta formación retumbando con dureza sus botas sobre el empedrado de las grandes avenidas. Hurra, hurra, coreaban con sus potentes voces los cadetes, hurra hurra, le respondía unánime el pueblo, jactándose de que su Estado hubiera alcanzado tal poderío bélico. Luego de la comparecencia de las diferentes divisiones de infantería, cruzaban en perfecta formación, estruendosos como bestias de ultra mundos, los tanques, los vehículos anfibios, los relucientes cañones antiaéreos, los pesados camiones que en sus lomos dormían una variedad de misiles, algunos si eran despertados capaces de desmenuzar en un abrir y cerrar de ojos a todo el planeta.
Cuando a la multitud le tocaba el turno de desfilar, no sé cómo hacían los organizadores del evento para que el cielo se nublara de palomas. Era el momento en que la referida contradicción alcanzaba su plenitud. Hombres, mujeres y niños gritaban, exigiendo la paz. No sé si eran sinceros, pero por el claus aut que la cámara captaba en sus rostros, parecían serlo. Hombres, mujeres y niños que cuando pasaban frente a la tribuna donde se encontraban los máximos líderes del momento, elevaban todos al mismo tiempo sus pancartas donde figuraba escrita la palabra conciliadora o zarandeaban lo más que podían las recortadas palomitas de cartón, algunas, exactas reproducciones de las originales creadas por Picasso en sus obras.
Raro mundo aquel. Parecido al que protagonizó Juanes en La Habana. Primero glorificaban a la guerra y a sus múltiples cacharros de exterminio, y al instante, como si estuvieran arrepentidos, o súbitamente se hubieran vuelto locos o fuerzas siniestras los hubieran empujado a cambiar su anterior proceder, exaltaban de forma inconmensurable la paz.
Juanes y su colectivo de artistas extranjeros, a última hora, descubrieron melodramáticos, patéticos, que el escenario donde se encontraban es un laberinto de hostilidad totalitaria, que su concierto estaba controlado, que sus movimientos y sus vidas, en constante acecho, que sus intenciones y su mensaje pacifista para un concierto multitudinario había entrado desde el primer instante que se aprobó en las altas esferas, en fase de alerta máxima por las fuerzas de seguridad que mantienen el poder en Cuba.
La inocencia de Juanes y sus compañeros me recuerdan escenas del filme Mephisto, del húngaro István Szabó. Sería prudente sugerirle al músico colombiano que viera este filme y además, que antes de ir a un país con las mismas características que las de Cuba, verifique en qué hotel lo van a hospedar, para que no le haga fácil el trabajo a los agentes que irremediablemente lo estarán vigilando las 24 horas. La sede de la Sección 4 de la DSE que atiende a la cultura y a los intelectuales, si no la cambiaron, se encuentra exactamente frente al Hotel Nacional.
Escritor cubano.
Es posible que todo el escandalo por los controles de Juanes y amigos sea un show preparado para cuidarle las espaldas con los energumenos de Miami.
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