EL SILVIO QUE NUNCA FUE
Por Alejandro Lorenzo
En Cuba siempre ha existido un coro cuyos integrantes han cantado las letras de las canciones que su director ha puesto frente a sus ojos. Quien osa levantar la voz, es o fue enseguida reprendido, quien no quiso seguir por rebeldía o cansancio, es o fue considerado traidor, quien exigió renovación en el repertorio, es o fue castigado, incluso algunos figurativamente hasta le cortaron la lengua para que quedaran en permanente silencio.
Silvio Rodrigues comprendió que para figurar en ese multitudinario coro era indispensable ser obediente, que para llegar a ser la voz principal debía cantar muchas canciones siempre acorde a las directrices de ese director implacable y temible, y fue así que además de cantor y compositor de poéticas y siempre ambiguas canciones, Silvio, se transformó en un virtuoso equilibrista.
Quizás con muchos sacrificios y atormentados debates íntimos, el trovador fue aprendiendo por donde y hacia donde soplaban los vientos, cuales eran los puntos más débiles que lo conducirían inevitablemente hacia el abismo y cuales eran los más seguros para llegar a la máxima consagración de un artista, que es hacer una obra de arte y que su pueblo y el mundo la reconozca como tal.
Hizo genuflexiones, como todo buen humano que no quería perder los mejores años de su vida. Editó cuidadosamente su historia personal y colectiva, ¿acaso muchos cubanos, incluso en el extranjero, fuera del horror, no continúan haciéndolo? Primero les dio la espalda a los amigos que pudieran comprometerlo con sus malas conductas. Y así, como muchos, diremos como una considerable parte de los que conforman ese pueblo coro, Silvio dejó de ser el que quizás en un momento dado quiso ser, o fue el otro Silvio que muchos no quisieron que fuera.
Consta que hubo un tiempo que ese trovador aspiró, por sincera indocilidad política o ingenuidad, ser una voz independiente, critica. Fue aquel un breve tiempo, un tiempo casi relegado, imposible de registrar entre tantos acontecimientos trascendentales y miserables de esa llamada revolución cubana.
Ese Silvio al parecer desposeído de disfraces y mascaras, pertenece a ese año duro del 1969 cuando participó en una insólita reunión en el teatro del Preuniversitario del municipio Plaza de la Revolución, antiguo Instituto del Vedado, junto a unos trecientos muchachos considerados por el régimen, antisociales y desviados ideológicos, y los jerarcas de turno del Ministerio de Educación, del partido, de la juventud comunista y por supuesto aquel oficial del ministerio del interior a cargo de Prevención Social nombrado Elías Fayah. ¿Lo recordará Silvio?
En ese tiempo de utopías, Silvio se encontraba en el bando de los peludos cubanos que lo admiraban con la misma intensidad que admiraban a los prohibidos Beatles y Rolling Stone. Su ropaje de contestatario lo avalaban sus canciones Resumen de noticias y Ojala, para citar dos de las más conocidas, y además de que previamente a esa reunión, había sido marginado de los medios de defunción por instrucciones del Comandante Papito Serguera, antiguo fiscal de la revolución y en esos años, uno de los principales inquisidores culturales del gobierno. El tal Papito terminó sus últimos años de su vida, dicen, alquilando a turistas habitaciones de su casa del Vedado, y quizás para estar a tono con los nuevos tiempos, hasta le puso a sus inquilinos una que otra canción del afamado trovador que en su momento, asumió la responsabilidad de perseguir. En Cuba ese tipo de retorcidas coincidencias siempre son posibles.
De aquella reunión entre peludos y representantes del régimen, surgió un acuerdo. Todos esos jóvenes si se consideraban revolucionarios, declararon los jerarcas, si querían ser admitidos por la sociedad con sus pelos y sus pantalones ceñidos, debían participar en el corte de caña de la Gran zafra azucarera de los diez millones, que según el máximo director del gran coro, transformaría a la nación en un paraíso del socialismo mundial.
Así se creó lo que algún bromista llamó la Brigada Perderemos en contraposición a La Venceremos de los jóvenes norteamericanos que en solidaridad con el régimen anualmente iban y van a Cuba a trabajar en labores agrícolas y de construcción.
Un domingo de aquel invierno del 1969, desde el obelisco que se erige en memoria a los chinos que participaron en la guerra de independencia cubana, en Línea y L, Vedado, partió la susodicha Perderemos rumbo al campamento cañero nombrado Verdum del central Habana Libre en el municipio Bauta.
Existen los que aseveran que el trovador insigne estuvo por unos días en dicho campamento, que hasta en una de esas noches cantó alrededor de una fogata junto a su fiel acólito Vicente Feliu, otros aseguran que jamás se le vio, y que la supuesta presencia fue un espejismo, un deseo recóndito de sus fanáticos de que el ídolo se comprometiera con la causa, si es que existía alguna en aquel grupo de muchachos descarriados.
Lo que si consta, es que ese campamento cañero fue una verdadera trampa. Una pecera, diría un experto de la policía política cubana, con el fin de congregar a los peces potencialmente enemigos, ficharlos, para luego reprimirlos, y de paso, seleccionar aquellos con posibilidades de ser traídos de vuelta al redil.
Si algo se le pudiera solicitar a Silvio dada su influencia en las esferas del gobierno, es que recobrara las fotos que tomó del campamento Verdun y de sus integrantes, el fallecido periodista francés, exmiembro del partido comunista, amigo de la revolución cubana, Pierre Golendorf, acusado en1971 de agente del enemigo y condenado a 7 años de prisión de los que
Por Alejandro Lorenzo
En Cuba siempre ha existido un coro cuyos integrantes han cantado las letras de las canciones que su director ha puesto frente a sus ojos. Quien osa levantar la voz, es o fue enseguida reprendido, quien no quiso seguir por rebeldía o cansancio, es o fue considerado traidor, quien exigió renovación en el repertorio, es o fue castigado, incluso algunos figurativamente hasta le cortaron la lengua para que quedaran en permanente silencio.
Silvio Rodrigues comprendió que para figurar en ese multitudinario coro era indispensable ser obediente, que para llegar a ser la voz principal debía cantar muchas canciones siempre acorde a las directrices de ese director implacable y temible, y fue así que además de cantor y compositor de poéticas y siempre ambiguas canciones, Silvio, se transformó en un virtuoso equilibrista.
Quizás con muchos sacrificios y atormentados debates íntimos, el trovador fue aprendiendo por donde y hacia donde soplaban los vientos, cuales eran los puntos más débiles que lo conducirían inevitablemente hacia el abismo y cuales eran los más seguros para llegar a la máxima consagración de un artista, que es hacer una obra de arte y que su pueblo y el mundo la reconozca como tal.
Hizo genuflexiones, como todo buen humano que no quería perder los mejores años de su vida. Editó cuidadosamente su historia personal y colectiva, ¿acaso muchos cubanos, incluso en el extranjero, fuera del horror, no continúan haciéndolo? Primero les dio la espalda a los amigos que pudieran comprometerlo con sus malas conductas. Y así, como muchos, diremos como una considerable parte de los que conforman ese pueblo coro, Silvio dejó de ser el que quizás en un momento dado quiso ser, o fue el otro Silvio que muchos no quisieron que fuera.
Consta que hubo un tiempo que ese trovador aspiró, por sincera indocilidad política o ingenuidad, ser una voz independiente, critica. Fue aquel un breve tiempo, un tiempo casi relegado, imposible de registrar entre tantos acontecimientos trascendentales y miserables de esa llamada revolución cubana.
Ese Silvio al parecer desposeído de disfraces y mascaras, pertenece a ese año duro del 1969 cuando participó en una insólita reunión en el teatro del Preuniversitario del municipio Plaza de la Revolución, antiguo Instituto del Vedado, junto a unos trecientos muchachos considerados por el régimen, antisociales y desviados ideológicos, y los jerarcas de turno del Ministerio de Educación, del partido, de la juventud comunista y por supuesto aquel oficial del ministerio del interior a cargo de Prevención Social nombrado Elías Fayah. ¿Lo recordará Silvio?
En ese tiempo de utopías, Silvio se encontraba en el bando de los peludos cubanos que lo admiraban con la misma intensidad que admiraban a los prohibidos Beatles y Rolling Stone. Su ropaje de contestatario lo avalaban sus canciones Resumen de noticias y Ojala, para citar dos de las más conocidas, y además de que previamente a esa reunión, había sido marginado de los medios de defunción por instrucciones del Comandante Papito Serguera, antiguo fiscal de la revolución y en esos años, uno de los principales inquisidores culturales del gobierno. El tal Papito terminó sus últimos años de su vida, dicen, alquilando a turistas habitaciones de su casa del Vedado, y quizás para estar a tono con los nuevos tiempos, hasta le puso a sus inquilinos una que otra canción del afamado trovador que en su momento, asumió la responsabilidad de perseguir. En Cuba ese tipo de retorcidas coincidencias siempre son posibles.
De aquella reunión entre peludos y representantes del régimen, surgió un acuerdo. Todos esos jóvenes si se consideraban revolucionarios, declararon los jerarcas, si querían ser admitidos por la sociedad con sus pelos y sus pantalones ceñidos, debían participar en el corte de caña de la Gran zafra azucarera de los diez millones, que según el máximo director del gran coro, transformaría a la nación en un paraíso del socialismo mundial.
Así se creó lo que algún bromista llamó la Brigada Perderemos en contraposición a La Venceremos de los jóvenes norteamericanos que en solidaridad con el régimen anualmente iban y van a Cuba a trabajar en labores agrícolas y de construcción.
Un domingo de aquel invierno del 1969, desde el obelisco que se erige en memoria a los chinos que participaron en la guerra de independencia cubana, en Línea y L, Vedado, partió la susodicha Perderemos rumbo al campamento cañero nombrado Verdum del central Habana Libre en el municipio Bauta.
Existen los que aseveran que el trovador insigne estuvo por unos días en dicho campamento, que hasta en una de esas noches cantó alrededor de una fogata junto a su fiel acólito Vicente Feliu, otros aseguran que jamás se le vio, y que la supuesta presencia fue un espejismo, un deseo recóndito de sus fanáticos de que el ídolo se comprometiera con la causa, si es que existía alguna en aquel grupo de muchachos descarriados.
Lo que si consta, es que ese campamento cañero fue una verdadera trampa. Una pecera, diría un experto de la policía política cubana, con el fin de congregar a los peces potencialmente enemigos, ficharlos, para luego reprimirlos, y de paso, seleccionar aquellos con posibilidades de ser traídos de vuelta al redil.
Si algo se le pudiera solicitar a Silvio dada su influencia en las esferas del gobierno, es que recobrara las fotos que tomó del campamento Verdun y de sus integrantes, el fallecido periodista francés, exmiembro del partido comunista, amigo de la revolución cubana, Pierre Golendorf, acusado en1971 de agente del enemigo y condenado a 7 años de prisión de los que
cumplió 38 meses.
Mientras transcurría ese descabellado experimento económico y social en Cuba que culminó en el 1970 con el gran fracaso de los 10 millones, y en medio de aquel desbarajuste, Silvio emprendía el largo viaje, iniciado primero en el barco pesquero Playa Girón en el que estuvo trabajando como trovador y aprendiz de marinero, y de donde surge su canción con el mismo nombre del barco y su ostensible primera muestra de lealtad al que luego declararía que seria su Padre, el director del gran coro.
Ya en el 1971, en pleno Primer Congreso de Educación y Cultural donde todavía resonaba nacional e internacionalmente el dramático caso del poeta Heberto Padilla, en la extensa lista de posibles candidatos a decapitar que portaban en sus manos aquellos congresistas aupados por las fuerzas neo stalinistas que para esa fecha inauguraban el famoso quinquenio gris, que más que gris fue permanente negro, se encontraba el nombre de Silvio Rodrigues, un artista que aquellos extremistas consideraban un mal ejemplo moral para la juventud, con posturas extravagantes, revisionistas y no se sabe cuantas otras peligrosas clasificaciones.
Fue el propio máximo director del coro, Fidel Castro, quien salvo a Silvio de caer en el infortunio. Únicamente le basto declarar ante los integrantes de una de las comisiones de aquel Congreso, que había escuchado detenidamente las letras de cada una de sus canciones y que las consideraba revolucionarias, para que los veladores de la pureza ideológica apagaran inmediatamente las brazas de fuego que apuntaban amenazantes hacia el artista
El resto, corresponde a una demostrable extensa trayectoria de compromisos y fidelidad hacia el gran director de ese coro, que Silvio conciente de las implicaciones éticas y políticas voluntariamente decidió adjudicarse desde hace mucho tiempo.
Exigirle a estas alturas al trovador oficial apoyo enérgico, valiente, hacia los opositores cubanos o que respalde explícitamente la iniciativa de democratización de la sociedad y el estado cubano, tan solo parque en una rueda de prensa en la Casa de las Américas le sustrajo la R a la revolución y afirmó que había mucho que cambiar dentro de Cuba, incluyendo instituciones, es de una ignorancia pueril acerca de la conducta y el papel que desempeñan figuras notorias del sector cultural que habitan dentro de regímenes comunistas totalitarios como es el cubano, y vale aclarar que Silvi no es de los peores, hay otros que en el pasado fueron enérgicamente castigados por desviarse un tanto de la línea oficial y hoy, sus afirmaciones de apruebo y subordinación a sus principales verdugos resultan bochornosas.
Años atrás, en pleno periodo especial, a una distinguida señora muy cercana a Fidel, de visita en Miami, se le preguntó por qué no se quedaba dado que en esa ciudad residían sus seres más queridos, su respuesta fue: Yo estoy montada dentro del tren de la revolución junto a Fidel desde hace 50 años, arrojarme de ese tren en marcha,
a mi edad, sería un acto de autoaniquilación que nunca he pensado realizar. Silvio Rodrigues también es un pasajero que va en unos de los vagones de ese tren fantasmagórico cuya última parada, si antes no se descarrila, resulta, tanto para el propio Silvio, como para buena parte del pueblo cubano, un acontecimiento dramáticamente incierto. Mientras no llegue esa hora final, Silvio continuara cantando.
Mientras transcurría ese descabellado experimento económico y social en Cuba que culminó en el 1970 con el gran fracaso de los 10 millones, y en medio de aquel desbarajuste, Silvio emprendía el largo viaje, iniciado primero en el barco pesquero Playa Girón en el que estuvo trabajando como trovador y aprendiz de marinero, y de donde surge su canción con el mismo nombre del barco y su ostensible primera muestra de lealtad al que luego declararía que seria su Padre, el director del gran coro.
Ya en el 1971, en pleno Primer Congreso de Educación y Cultural donde todavía resonaba nacional e internacionalmente el dramático caso del poeta Heberto Padilla, en la extensa lista de posibles candidatos a decapitar que portaban en sus manos aquellos congresistas aupados por las fuerzas neo stalinistas que para esa fecha inauguraban el famoso quinquenio gris, que más que gris fue permanente negro, se encontraba el nombre de Silvio Rodrigues, un artista que aquellos extremistas consideraban un mal ejemplo moral para la juventud, con posturas extravagantes, revisionistas y no se sabe cuantas otras peligrosas clasificaciones.
Fue el propio máximo director del coro, Fidel Castro, quien salvo a Silvio de caer en el infortunio. Únicamente le basto declarar ante los integrantes de una de las comisiones de aquel Congreso, que había escuchado detenidamente las letras de cada una de sus canciones y que las consideraba revolucionarias, para que los veladores de la pureza ideológica apagaran inmediatamente las brazas de fuego que apuntaban amenazantes hacia el artista
El resto, corresponde a una demostrable extensa trayectoria de compromisos y fidelidad hacia el gran director de ese coro, que Silvio conciente de las implicaciones éticas y políticas voluntariamente decidió adjudicarse desde hace mucho tiempo.
Exigirle a estas alturas al trovador oficial apoyo enérgico, valiente, hacia los opositores cubanos o que respalde explícitamente la iniciativa de democratización de la sociedad y el estado cubano, tan solo parque en una rueda de prensa en la Casa de las Américas le sustrajo la R a la revolución y afirmó que había mucho que cambiar dentro de Cuba, incluyendo instituciones, es de una ignorancia pueril acerca de la conducta y el papel que desempeñan figuras notorias del sector cultural que habitan dentro de regímenes comunistas totalitarios como es el cubano, y vale aclarar que Silvi no es de los peores, hay otros que en el pasado fueron enérgicamente castigados por desviarse un tanto de la línea oficial y hoy, sus afirmaciones de apruebo y subordinación a sus principales verdugos resultan bochornosas.
Años atrás, en pleno periodo especial, a una distinguida señora muy cercana a Fidel, de visita en Miami, se le preguntó por qué no se quedaba dado que en esa ciudad residían sus seres más queridos, su respuesta fue: Yo estoy montada dentro del tren de la revolución junto a Fidel desde hace 50 años, arrojarme de ese tren en marcha,
a mi edad, sería un acto de autoaniquilación que nunca he pensado realizar. Silvio Rodrigues también es un pasajero que va en unos de los vagones de ese tren fantasmagórico cuya última parada, si antes no se descarrila, resulta, tanto para el propio Silvio, como para buena parte del pueblo cubano, un acontecimiento dramáticamente incierto. Mientras no llegue esa hora final, Silvio continuara cantando.
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