Algo sobre Los Cuentos de Mateo
Por MADELINE CAMARA
El Nuevo Herald
¿Estamos ante un pintor de la palabra o un poeta del dibujo? El lector de Jornadas de Mateo (Los Angeles, 2004) tendrá que buscar su propia respuesta. Gracias a Pureplay Press, impulsada por David Landau, se crea un espacio nuevo para la publicación de textos, en español e inglés, de autores cubanos residentes en el exilio.
La poesía de Nestor Díaz de Villegas ya nos fue entregada en esmerada edición, se espera pronto la narrativa de Carlos Victoria, ahora este texto de Alejandro Lorenzo, se suma a los bien escogidos materiales que Landau decide ofrecer a un público bilingüe. Muy en especial, en esta oportunidad es de alabar el cuidado puesto en el libro como objeto. Las ilustraciones, la calidad del papel y la portada, todo ello esta al servicio de la belleza de este cuaderno.
Al leerlo, viene a la mente El principito, de Saint-Exupéry. De igual modo, estas páginas sugieren dejarnos llevar por una lógica más sencilla sobre la vida, más humana también. Por eso, cuando el libro se refiere a su lector como aquel de 12 años en adelante, en realidad, invita a despertar en nosotros la infancia del ser humano, su vocación de inocencia. El viaje al pasado que convoca Lorenzo, a la manera poética de Exupéry, es una utopía futurista.
Insisto entonces en la palabra poesía en vez de narrativa, aunque Mateo nos cuenta una historia llena de sencillas y significativas peripecias, como en los cuentos folclóricos, esas leyendas sobre las almas de los pueblos. Encontramos también el motivo del viaje, pero más que dirigirse este hacia el auto conocimiento o la libertad del individuo, como suele presentarse en la narrativa moderna, el libro marca la ruta que nos lleva a conocer al Otro, a abrazarlo. Mateo sigue a la tradición literaria que en Occidente remontamos a la Biblia y, en el suave tono de Lorenzo, sin moralismo, se nos enseña como vivir, como ser mejores. Quizás de ese espíritu proviene el nombre de su protagonista, el más modesto y lúcido de los evangelistas.
Desplegado en cuatro jornadas;¿acaso otro número simbólico? El viaje de Mateo se divide en viñetas tituladas: La flor en la cabeza, El farolero, La comarca de los hombres pequeños, y El niño que se convirtió en pájaro. Me atrevo a sintetizar significados, diciendo que la primera habla del riesgo de ser diferentes; la segunda, del sacrificio que no clama reconocimiento, la tercera, de la peor de las ignorancias: la fe en los ideólogos; la cuarta, de los beneficios de la tolerancia.
Todas rezuman universalismo, intemporalidad, pero en la primera y la tercera sentimos un doble mensaje político más obvio. Alejandro Lorenzo, padre de Mateo, hace sufrir a su criatura las penas del desarraigo, la desconfianza, los falsos mesías que no son ajenas a tantos cubanos.
Estas jornadas son testimonio de la estética de este artista, que entre Miami y San Francisco ha luchado por defender un estilo y un mensaje que hoy cifra en su plena madurez como pintor y escritor. Las ilustraciones del texto recordarán al lector la rusticidad del grabado medieval; la historia contada, como ya dije, también vuelve sobre las antiguas maneras de un decir enseñando. Imágenes y metáfora sencillas en su trazo, pero que despiertan una mirada y una lectura profunda, puesto que alude a lo conmovedoramente ingenuo que puede ser, volver a ser, el ser humano.
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