Poema: El Hombre cruz
El hombre cruz, cuya boca es un manantial de perdones,
sabe el disfraz que hay que ponerse en esta época
de bombas y estandartes.
Con la barba amarillenta y sandalias desvencijadas,
se sienta conmigo a tomar un café en una de esas fondas que hieden a grasa que se pudre.
Luego, en silenciosa marcha nos encaminamos
a la vieja ceiba, hacemos la ronda en busca del amor
que a toda costa hay que recobrar,
para bien de los hombres, y para bien de mi mismo.
Hay gente que al verlo lo distingue,
y le pide con insolencia un traje de novia,
la carpa de un circo,
caballos de pura raza que asciendan ligeros
hacia la cima de una montaña.
Y cuando el hombre cruz, pálido como la cera derretida, nada puede ofrecerles,
la gente enfurecida se pregunta:
¿quién es ese que vende limones
en los cruces de los arrabales
y lo persigue una jauría que lame
las llagas purulentas de sus tobillos?
Y el hombre cruz poco antes de partir, confiesa:
Quien no espera milagros ostenta el prodigio de hacerlos.
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