Al narrador colombiano Armando Caicedo
En esas noches
amargas,
confundo las voces de
los amigos que ya no están
con el aullido de los
perros.
Presiento la cercanía
del cuervo
que calará con el
pico los soportes de mi cama.
Uno intenta quedar
sereno
ante desfiguraciones
que emanan de la soledad.
Pero de pronto
aparece una casa a punto del desplome.
Sentado sobre el
techo, un niño le demanda al cielo
que su madre renuncie
buscar refugio en la despensa,
Ella no ha salido a ver
las estrellas,
no sabe del pájaro
blanco que puntual se posa en el horizonte .
El niño exige con
vehemencia
que al padre le sea
devuelto el ojo y la mano.
Ojo para verlo de
cerca y mano que le aplaque el espanto.
Siempre con la vista
fija en las alturas,
las piernas
balanceándose en el borde de la cornisa,
el niño exige recobrar
la carta del hermano caído en combate
¿Que habrá escrito
bajo el humo de los obuses?
¿Cuál mensaje no logró
trasmitir a los que aguardaban su llegada?
El niño no quiere ser
la estatua en la glorieta de un parque,
y menos morir con una
carta apretada al pecho que nadie leerá.
Le basta jugar con la
esfera que rueda invencible por los campos,
le basta descubrir
los tesoros que en la cañada yacen enterrados
.
En esas noches
amargas
la imagen del niño, en sombrías visiones atrapado,
puede que me anime a descubrir
que la hermandad se adquiere en la lágrima del otro.
Comentarios
Publicar un comentario